«Es maravilloso cuando al recodar un viaje, además de evocarte un fabuloso lugar, te trae a la mente bonitos momentos vividos en compañía de un ser querido. ¡Dicha experiencia se torna aún más especial! En el artículo de hoy, Gabriela Oviedo de @apuntes_fotos, nos relata de forma apasionada una aventura inolvidable que realizó junto a su padre y que tuvo lugar hace ya varios años, pero que en su memoria la siente de forma tan intensa como si fuera ayer»

Mi padre recordaba siempre con nostalgia el tiempo que paso en su juventud en Chos Malal, junto a su familia.
CHOS MALAL, CAPITAL HISTÓRICA Y CULTURAL DEL NEUQUÉN
Chos Malal. Este nombre tan peculiar proviene de la lengua mapuche y significa «corral amarillo» o «valle amarillo» (chos=amarillo y malal=corral, refugio o valle) debido al color ocre de sus bosques de árboles radales y maitenes, ubicados en las montañas que la rodean.
Esta ciudad está ubicada sobre la Ruta Nacional Nº 40, a 100 km del límite con la Provincia de Mendoza, en la confluencia de los ríos Neuquén y Curi Leivú, en el norte cordillerano de la provincia de Neuquén.
Su fundación se le atribuye al coronel Manuel José Olascoaga, con fecha 4 de agosto de 1887, a partir del fortín «IV División», llegando a ser la primera capital provincial concreta (le habían precedido los fortines de Ñorquín y Campana Mahuida) del Territorio del Neuquén hasta 1904, en que la sede de las autoridades provinciales fue trasladada a la ciudad de Neuquén.
Chos Malal fue fundada con la misión de controlar las rutas de arreos de ganados entre ambos lados de la cordillera de los Andes. Estas rutas se comenzaron a vigilar luego de desalojar a un grupo de contrabandistas y “cuatreros” de una fortaleza ubicada en Varvaco.
La ciudad se encuentra en el punto central de la Ruta 40, exactamente a mitad de camino entre el comienzo de la Ruta 40 en Cabo Vírgenes, Santa Cruz y su punto final en La Quiaca, Jujuy.
VOCES DE LA INFANCIA
Después de la cena, papá me relataba alguna historia. Describiendo el lugar y las personas, creaba una dimensión donde juntos nos sumergíamos. Son imágenes que tengo grabadas.
No me cansaba de escuchar como habían llegado. Recorriendo 1200 km en tren desde Buenos Aires a Zapala, luego casi 300 km por un camino desolado, soportando el último tramo con mucho frío. Oscurecía. Se divisaban a lo lejos unos álamos. Allí estaba la ciudad, pero no se podía acceder fácilmente, tuvieron que atravesar el torrentoso Río Neuquén en balsa.
Mi abuelo había sido asignado como contador del Banco Nación. Lo hacía acompañado de mi abuela y sus cuatro hijos.


Se enfrentaron a un paisaje imponente. Las montañas se veían recortadas en un cielo que, pese a la oscuridad, se empecinaba en mantenerse claro.
Al entrar al pueblo, la calma del lugar era total y el aire fresco y agradable. Se escuchaba el correr del agua en las acequias.

Se detuvieron en el Bar Caicayen y permanecieron agrupados aún con el equipaje. En el bar estaban otras personas. En las grandes ciudades casi nadie se conoce, pero allí, cada uno estaba identificado y pronto supieron quién era cada uno.
Pude así ponerles rostros a los distintos personajes, como el cura párroco de la iglesia, el comandante de gendarmería, el intendente, el gerente del banco, el maestro. Siguiendo los roles de cada habitante, ellos pasaron a tener uno; eran el contador y su familia.

El edificio de la sucursal del Banco Nación se mostraba moderno, con sólidos muros de piedra y techos adecuados para soportar las nevadas. Fue inaugurado para defender la moneda de este lado de la cordillera.

La primera noche durmieron en el hotel que estaba arriba del bar. Al día siguiente, mi padre se despertó temprano con el ruido que hacía un hacha al golpear contra la madera, impulsada por un leñador.
Pisaba una calle de tierra, respirando el aire fresco y perfumado.
Le bastó transitar 300 metros para llegar a la orilla del río Curi Leivú. Con solo extender la vista contemplo el río, el valle y la montaña que se distinguía de los cerros por su altura y forma. Según su descripción, recubierta con jirones negros de lava que descendían de la cumbre.
La vista de ese volcán cambio sus días…Y también los míos.

VOlCAN TROMEN
Tromen deriva del vocablo indígena “tomen”, cuyo significado es totora o campanario.
Se conoce también como cerro negro o nublado y está situado a 55 km de la ciudad de Chos Malal. Es considerado, con sus 4114 metros sobre el nivel del mar, la segunda cumbre más alta de la Patagonia. Se llega desde Chos Malal circulando por la ruta nacional 40 hasta llegar al Paraje La Salada y desde allí se conecta con la ruta provincial 2.
El volcán cuenta con varias rutas de ascenso, siendo las más elevadas las de la cara oeste y sudoeste, aunque hay otros itinerarios de distinta dificultad.

Los lugareños sienten respeto por esta cumbre por los mitos y leyendas que lo envuelven.
El enojo del volcán se desencadena primero en violentos remolinos de viento y nubes que lo oscurecen, y luego, en inesperadas lluvias torrenciales y atronadores ruidos subterráneos, poniendo en grave riesgo la vida de sus osados visitantes, advierten los pobladores, por eso hay que pedirle permiso para coronarlo.
La sabiduría popular ha otorgado durante siglos a este cerro algunos refranes y dichos: «Tromen con sombrero, mañana o pasado viento, si el Tromen lleva el sombrero calado, lluvia seguirá, mañana o pasado».
MI PADRE Y EL VOLCÁN
La historia del volcán comenzó cuando Antonio, el hijo del maestro que tenía su misma edad, 18 años, le invito a subirlo. Sin experiencia, sin equipo, inconscientes y poco conocedores de la montaña. En esas condiciones emprendieron la marcha, despedidos por el maestro y su esposa.
Las cosas se complicaron desde un primer momento; no encontraron la vertiente de agua, localizaron solo una vertiente de agua sulfurosa, imposible de beber. El tiempo había cambiado y ahora se encontraba completamente cubierto con nubes que parecían estrellarse contra el volcán.
Comenzaron a subir sin elegir una ruta previa, alcanzando las coladas de basalto.
Empezó a llover copiosamente y los rayos estallaban cerca. Empapados y con frío, decidieron suspender el ascenso. Bajaban corriendo, resbalándose como en un tobogán para hacer más rápida la marcha. Había empezado a nevar. Se empujaban. No se oían por el ruido de la tormenta.
Finalmente, llegaron a la casa del maestro, donde los esperaban con comida caliente.
Habían desafiado al volcán. Fue un 20 de enero de 1946, ese día murieron más de dos mil animales por la inusual tormenta de verano.
Al poco tiempo, mi padre regresó a Buenos Aires. Los cielos, como la vida, siguieron girando, pero el volcán siempre estuvo presente.
En la adolescencia, fui adquiriendo conocimiento de ese espacio irreal. Espacio que parecía encerrado en una caja de recuerdos, pero, sin embargo, tenía una ubicación geográfica real.
MI ENCUENTRO CON EL VOLCÁN
Para abrir esa caja, mi padre y yo proyectamos realizar el viaje, haciendo el mismo recorrido de la época de su juventud.
Abordamos el viejo tren del ferrocarril Roca; La Estrella del Valle. Aún realizaba el recorrido hasta la ciudad de Zapala, saliendo de la estación Constitución.
El andén se encontraba repleto de pasajeros, algunos con maletas y otros con bultos. Finalmente, vimos aparecer en el extremo de la estación el tren que nos correspondía. Entraba lentamente la gran locomotora a vapor, arrojando al aire cortas y ruidosas bocanadas de humo. Silbatos de guardas y el más potente silbato emitido por la locomotora, anunciaron la partida.
Un largo y monótono traqueteo fue el sonido de este viaje, con silencio prolongado en la permanencia en las estaciones. Así paso el día, pasó la noche y comenzó nuevamente otro día. Nuestro tren se había impregnado de tierra colorada.
La mayoría de los pasajeros fueron descendiendo en las estaciones intermedias. Después de 27 horas de viaje, llegamos a Zapala.

Tomamos un autobús hasta nuestro querido Chos Malal. El camino había mejorado, aunque continuaba siendo desolado, pero se podía transitar sin mayores inconvenientes. Pude distinguir el volcán Tromen y más lejos el volcán Domuyo.
Llegamos a la orilla del Río Neuquén. Ahora podía cruzarse a través de un puente que unía ambas orillas.
La localidad mantenía en general su aspecto. La parada del autobús fue el viejo hotel, que conservaba su fachada. Nunca voy a olvidar la cara de mi padre al descubrir que estábamos en la misma habitación que había estado con sus padres.
¡El paisaje tenía tanto que decirnos! Cada esquina era un indicio de luz, una presencia del pasado. Fue un viaje de sensaciones.
El edificio del banco seguía siendo el más moderno. Las calles mantenían las características de antaño.
Al día siguiente, sin experiencia y no bien equipados, recorrimos la zona. Localizamos un manantial y bebimos con gran satisfacción. Era enero y vi como el paisaje parecía ondularse por el calor. Desde allí podíamos observar en todo su esplendor el volcán.
Mi padre lo observaba en silencio. Sentí que se producía una comunicación entre ambos.

Al día siguiente, nos paramos a la salida del pueblo. Cruzamos la cordillera del viento en un camión tanque que transportaba gasolina. Así llegamos a Andacollo.

Este viaje fue uno de mis mejores recuerdos, mi tesoro mejor guardado, que aún hoy me acompaña.
El norte neuquino es mucho más que paisaje: es su gente. ¿Pero, que le ocurrió a mi padre?… Siguió pensando en su volcán. Volvimos a Buenos Aires, pero su mente quedó colgada en la cumbre del volcán.
Contactó con el Centro Andino Buenos Aires. Su comportamiento cambio completamente. Hacía largas caminatas, prácticas de escalada en roca, también un curso de hielo, con la sola finalidad de volver a su volcán.

Cuando finalizo el curso de hielo en el Tronador, con un amigo, volvieron al volcán. Aunque después de los cursos en el Centro Andino Buenos Aires, el volcán no era un desafío a nivel técnico, pero era su montaña. Esa noche durmieron en el puesto de Don Leopoldo Ríos.

Mi padre me contaba que la noche previa elegida para subir al volcán no podía dormir, no podía dejar de mirar, en esa noche clara de verano, el negro de las coladas de basalto que parecían resaltar más. El misterio de la noche. La espera esperando. La voz del amigo que le dice, —duerme que ya pasó medianoche y hoy es 20 de enero—. Se volvían a encontrar en la misma fecha.
A la madrugada comenzaron a subir por una larga cuchilla, con lugares cubiertos de basaltos. Todo era trepar y trepar, pidiéndole permiso a la montaña.
Cuando estaban cerca de la cumbre, el cielo se cubrió y estallaron los rayos. Los relámpagos parecían concentrase en la cumbre. Superaron un largo planchón de nieve, el tramo final por un acarreo de piedras. Su amigo, que llegaba primero a la cumbre, le dijo “Subí primero, esta es tu montaña’’, a lo que respondió mi padre, “Lo haremos juntos”.
Bajaron cansados, empapados, pero contentos. El volcán les había permitido la visita.
DIALOGO CON EL VOLCÁN
En 1981, también hice el curso de hielo. Días de prácticas con excelentes instructores.



Estar en Bariloche y no pasar por Chos Malal era imposible para mi padre y para mí. Por falta de tiempo, no subimos al volcán, pero si fuimos hasta el puesto de Don Leopoldo.
Don Leopoldo, personaje sin tiempo. Don Leopoldo, es parte del volcán.
Estoy segura de que, si vuelvo, lo veré, hablando con mi padre.
Es este lugar, donde he visto los atardeceres más bonitos.
Es este lugar, donde las imágenes del volcán no se borran.
Todo se tiñe de rosado, hasta los piños de las ovejas.

En este viaje juntos también recorrimos la zona del Domuyo.
Conocimos a un maestro rural. Tenía la misión de dictar clases en un pequeño caserío en un lugar llamado Ailinco.
Emocionante verlo con sus alumnos en esas inmensidades. Sus alumnos son hijos de los arrieros, que hacen la veranada buscando pastos mejores.

A este maestro, no recuerdo el nombre, le pareció disparatada la idea que avanzáramos solos por esas zonas.
Nos alcanzó con su coche.
—Pare aquí, por favor —dijo muy campante mi padre, como si se detuviese en la esquina de una calle.
—¿En este lugar van a bajar? —mi padre parecía no prestarle atención.
Y ahí nos quedamos.
Marchamos primero buscando agua. El sol era tan fuerte que no podíamos soportar el calor. Armamos la carpa y comimos fideos…

Y caminábamos por la noche. Llegamos a otro puesto, donde nos recibieron con hospitalidad.

Celebro el recuerdo de las horas compartidas, porque, al caminar por senderos, me enseño mucho más que caminar por la montaña… Me enseño a caminar por la vida.
Busco en la fuerza de las montañas solitarias y los caminos infinitos, la voz de mi padre, diciéndome que siempre hay que seguir, que las tormentas pasan y los cielos se despeinan.

Nota de la autora:
Argentina.
- Como llegar:
Desde el exterior, la ciudad autónoma de Buenos Aires es la entrada al país. Te recomiendo pasar en ella un par de días para disfrutar de su oferta cultural.
Web para consultas:
https://turismo.buenosaires.gob.ar/es
https://www.argentina.gob.ar/turismoydeportes

- Para continuar el Viaje a la Patagonia:
Ruta: Buenos Aires / Neuquén. Neuquén se ubica a 1158 km.
Como llegar:
En avión:
1h 55m vuelo directo.
En bus:
Ómnibus larga distancia: desde Ciudad de Buenos Aires -Terminal Internacional Retiro- . En general, dura aproximadamente 17h 5min, aunque el bus más rápido tardará en torno a 14 h.
En coche:
a) Desde Buenos Aires por Ruta Nacional Nº 22, entrando por la vecina localidad de Cipoletti – provincia de Río Negro-. También puedes entrar por la Ruta Nº 151, después de conducir por la ruta conocida como «Conquistadores del Desierto».
b) Ruta por carretera más corta desde Buenos Aires a Neuquén, la distancia es de 1140 Km y la duración aproximada del viaje de 11h 26 min.
- Para llegar a la zona de los volcanes:
Ruta: Neuquén / Chos Malal
https://www.turismoruta40.com.ar/chos-malal.html
Autobús directo que sale desde Neuquén y llega a Chos Malal. Los servicios salen dos al día y operan cada día. El viaje dura aproximadamente 6h 2min.
Gabriela Oviedo.
Nací en Buenos Aires, en 1961.
Hice cursos de roca y hielo en el Centro Andino de Buenos Aires, en los finales de los 70 y principios de los 80.
Técnicamente no hice grandes escaladas, pero si mantengo el espíritu y las ganas de caminar entre montañas.
Y aunque vivo en la ciudad, siempre hay un atardecer que me conmueve.
Siempre con un cuaderno de notas y la cámara.
Instagram: @apuntes_fotos
¿Conoces Chos Malal y el volcán Tromen? ¿Alguna vez haz caminado por las laderas de un volcán? ¿Qué viaje acompañad@ por tu familia o amigos ha sido muy especial para ti? No olvides dejar tu comentario a continuación. ¡Me encantará conocer tu opinión sobre este artículo y tus fantásticas experiencias viajeras!
¡Tú también puedes ser un viajer@ itinerante y publicar tus aventuras en este blog! Descubre cómo participar y al resto de viajer@s haciendo click aquí. ¡Te esperamos!
¡Qué relato tan tierno! Desprende tanta nostalgia y cariño…y está escrito en un tono tan personal e íntimo que emociona al máximo! Tener esos recuerdos fruto de una vivencia compartida es maravilloso.
Cris, me encanta esa capacidad que tienes para elegir historias que llenan el alma y que muestran una especial sensibilidad. Es algo que da vida a las historias y hace que calen profundo. ¡Felicidades! y un abrazo enorme 😉
¡Muchísimas gracias Vero, por tu comentario! Estoy totalmente de acuerdo contigo. El relato de Gabriela es muy emotivo y nos hace reflexionar sobre lo importante que es pasar tiempo de calidad junto a nuestros seres queridos. ¡Y si ese tiempo es durante un viaje, es mucho más especial! Te agradezco mucho tu comentario porque, mi intención, es que el espacio para los viajeros itinerantes, sea un lugar donde puedan expresar todo lo que quieran y de la forma que quieran, ya sea con un relato más personal o en forma de artículo informativo. Me hace muy feliz poder dar visibilidad a todo aquel que le apasione hablar de sus viajes y quiera compartirlos. Gracias de nuevo por tu lectura. Te mando un abrazo muy grande desde Tenerife 😘.